En el medio de las piedras puede aparecer
una espiga nueva, y te alimenta.
Y un hilito de agua fresca del amanecer
puede componer tu fe sedienta.
Una luz amiga siempre, siempre brillará,
en el medio de esta cruel oscuridad.
Buena gente que se anima,
a enfrentar con una flor miles de espinas.
Buena gente en cada esquina,
mucho más de lo que creen,
los que quieren verte en ruinas.
Buena gente que se arrima
al que llora, al que tropieza y se lastima.
Buena gente que camina
a su modo y a su suerte,
hacia el frente de la vida.
Buena gente…
En el medio del naufragio puede aparecer
flotando una tabla salvadora.
Como apareció esa mano que me diste ayer.
Como yo te doy mi mano ahora.
Una voz amiga, siempre, siempre escucharás,
que te alienta, que te ayuda a no aflojar.
Buena gente que se anima,
a enfrentar con una flor miles de espinas.
Buena gente en cada esquina.
Mucha más de lo que creen
los que quieren verte en ruinas.
Buena gente que se arrima
al que llora, al que tropieza y se lastima.
Buena gente que camina
a su modo y a su suerte
hacia el frente de la vida.
Buena gente…
Ignacio Copani
domingo, 29 de mayo de 2011
sábado, 28 de mayo de 2011
La invitación de Oriah, anciano indio
No me interesa lo que haces para ganarte la vida.
Quiero saber cuál es tu dolor, y si te atreves a soñar que te permites encontrar lo que tu corazón añora.
No me interesa cuantos años tienes.
Quiero saber si te arriesgarías a parecer un tonto por amor, por tus sueños o por la aventura de estar vivo.
No me interesan qué planetas hacen la cuadratura de tu luna.
Quiero saber si has tocado el centro de tu propio dolor, si las traiciones de la vida te han abierto o si te has encogido y cerrado por el temor a sentir más dolor!
Quiero saber si puedes sentarte con el dolor, mío o tuyo, sin moverte para esconderlo o para resolverlo.
Quiero saber si puedes estar con el gozo, tuyo o mío; si puedes danzar, salvajemente y dejar que el Éxtasis te llene hasta las yemas de los dedos de las manos y de los pies, sin advertirnos que debemos tener cuidado y ser realistas, ni recordarnos las limitaciones de ser humanos.
No me interesa si es verdadera la historia que me cuentas.
Quiero saber si puedes desilusionar a otra persona para ser auténtico contigo mismo; si puedes soportar la acusación de ser un traidor y no traicionar tu alma.
Quiero saber si puedes ser fiel y por lo tanto confiable.
Quiero saber si puedes sentir la belleza aún cuando no todos los días son bellos, y si puedes encontrar la fuente de tu vida en SU presencia.
Quiero saber si puedes vivir con el fracaso, tuyo o mío, y a pesar de ello pararte a la orilla de un lago y gritar "SI!" al plateado de la luna llena.
No me interesa saber donde vives ni cuanto dinero tienes.
Quiero saber si puedes ponerte de pie, después de una noche de dolor y desesperanza, agotado y golpeado hasta los huesos, y hacer lo que hay que hacer por los niños.
No me interesa quién eres, ni cómo llegaste aquí.
Quiero saber si permanecerías conmigo en el centro del fuego sin echarte para atrás.
No me interesa donde has estudiado, ni que has estudiado, ni con quién lo has hecho.
Quiero saber qué es lo que te sostiene desde adentro cuando todo lo demás falla.
Quiero saber si puedes estar solo contigo mismo y si te agrada verdaderamente la compañía que buscas en los momentos vacíos.
Oriah. Soñador de la montaña. Anciano Indio.
Gentileza de Clr. Graciela Padula
Quiero saber cuál es tu dolor, y si te atreves a soñar que te permites encontrar lo que tu corazón añora.
No me interesa cuantos años tienes.
Quiero saber si te arriesgarías a parecer un tonto por amor, por tus sueños o por la aventura de estar vivo.
No me interesan qué planetas hacen la cuadratura de tu luna.
Quiero saber si has tocado el centro de tu propio dolor, si las traiciones de la vida te han abierto o si te has encogido y cerrado por el temor a sentir más dolor!
Quiero saber si puedes sentarte con el dolor, mío o tuyo, sin moverte para esconderlo o para resolverlo.
Quiero saber si puedes estar con el gozo, tuyo o mío; si puedes danzar, salvajemente y dejar que el Éxtasis te llene hasta las yemas de los dedos de las manos y de los pies, sin advertirnos que debemos tener cuidado y ser realistas, ni recordarnos las limitaciones de ser humanos.
No me interesa si es verdadera la historia que me cuentas.
Quiero saber si puedes desilusionar a otra persona para ser auténtico contigo mismo; si puedes soportar la acusación de ser un traidor y no traicionar tu alma.
Quiero saber si puedes ser fiel y por lo tanto confiable.
Quiero saber si puedes sentir la belleza aún cuando no todos los días son bellos, y si puedes encontrar la fuente de tu vida en SU presencia.
Quiero saber si puedes vivir con el fracaso, tuyo o mío, y a pesar de ello pararte a la orilla de un lago y gritar "SI!" al plateado de la luna llena.
No me interesa saber donde vives ni cuanto dinero tienes.
Quiero saber si puedes ponerte de pie, después de una noche de dolor y desesperanza, agotado y golpeado hasta los huesos, y hacer lo que hay que hacer por los niños.
No me interesa quién eres, ni cómo llegaste aquí.
Quiero saber si permanecerías conmigo en el centro del fuego sin echarte para atrás.
No me interesa donde has estudiado, ni que has estudiado, ni con quién lo has hecho.
Quiero saber qué es lo que te sostiene desde adentro cuando todo lo demás falla.
Quiero saber si puedes estar solo contigo mismo y si te agrada verdaderamente la compañía que buscas en los momentos vacíos.
Oriah. Soñador de la montaña. Anciano Indio.
Gentileza de Clr. Graciela Padula
domingo, 15 de mayo de 2011
La difícil facilidad del verbo oir
Uno de los mayores problemas de la comunicación, tanto la de masas como la interpersonal, es cómo el receptor (o sea el otro), oye lo que el emisor (o sea una, la persona), ha hablado.
Son pocas las personas que procuran oir exactamente lo que la otra está diciendo.
Observamos que, en general:
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que el otro no está diciendo.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que quiere oir.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que ya escuchó antes, y coloca lo que el otro está hablando en aquello que se acostumbró a oir.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que imagina que el otro iba a hablar.
* En una discusión, en general, los discutidores no oyen lo que el otro está hablando. Oyen apenas lo que están pensando para decirlo enseguida.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que le gustaría oir que el otro dijese.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye apenas lo que está sintiendo.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye lo que ya pensaba respecto de aquello que la otra está hablando.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Retira del habla de la otra, apenas las partes que tengan que ver con ella y la emocionen, agraden o molesten.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Oye lo que confirma o rechace su propio pensamiento. Vale decir, transforma lo que el otro está hablando en objeto de concordancia o discordancia.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Oye lo que pueda adaptarse al impulso de amor, rabia u odio que ya sentía por la otra.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye del habla de ella apenas aquellos puntos que puedan tener sentido para las ideas y puntos de vista que en el momento la estén influenciando o tocando más directamente.
Monólogos simultáneos canjeados a guisa de conversación...
Monólogos paralelos a guisa de diálogo...
Hasta puede haber diálogo, sin que necesariamente exista comunicación.
Qué raro y difícil es comunicarse!
Oir implica una entrega al otro. Es un gran desafío. Oir es proeza, es rareza. Oir es un acto de sabiduría.
Artur Da Tavola
Son pocas las personas que procuran oir exactamente lo que la otra está diciendo.
Observamos que, en general:
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que el otro no está diciendo.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que quiere oir.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que ya escuchó antes, y coloca lo que el otro está hablando en aquello que se acostumbró a oir.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que imagina que el otro iba a hablar.
* En una discusión, en general, los discutidores no oyen lo que el otro está hablando. Oyen apenas lo que están pensando para decirlo enseguida.
* El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que le gustaría oir que el otro dijese.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye apenas lo que está sintiendo.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye lo que ya pensaba respecto de aquello que la otra está hablando.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Retira del habla de la otra, apenas las partes que tengan que ver con ella y la emocionen, agraden o molesten.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Oye lo que confirma o rechace su propio pensamiento. Vale decir, transforma lo que el otro está hablando en objeto de concordancia o discordancia.
* Una persona no oye lo que la otra está hablando. Oye lo que pueda adaptarse al impulso de amor, rabia u odio que ya sentía por la otra.
* Una persona no oye lo que la otra habla. Oye del habla de ella apenas aquellos puntos que puedan tener sentido para las ideas y puntos de vista que en el momento la estén influenciando o tocando más directamente.
Monólogos simultáneos canjeados a guisa de conversación...
Monólogos paralelos a guisa de diálogo...
Hasta puede haber diálogo, sin que necesariamente exista comunicación.
Qué raro y difícil es comunicarse!
Oir implica una entrega al otro. Es un gran desafío. Oir es proeza, es rareza. Oir es un acto de sabiduría.
Artur Da Tavola
domingo, 8 de mayo de 2011
No es No.
Y hay una sola manera de decirlo. No.
Sin admiración, ni interrogantes, ni puntos suspensivos.
No, se dice de una sola manera.
Es corto, rápido, monocorde, sobrio y escueto. No.
Se dice una sola vez. No.
Con la misma entonación. No.
Como un disco rayado. No.
Un no que necesita explicaciones y justificaciones, no es No.
No, tiene la brevedad de un segundo.
Es un No para el otro, porque ya fue para uno mismo.
No es No aquí, y muy lejos de aquí.
No, no deja las puertas abiertas ni entrampa con esperanzas.
Ni puede dejar de ser No, aunque el otro y el mundo
se pongan patas para arriba.
No, es el último acto de dignidad.
No, es el fin de un libro, sin más capítulos ni segundas partes.
No, no se dice por carta, ni se dice con silencios,
ni en voz baja, ni gritando, ni con la cabeza gacha,
ni mirando hacia otro lado, ni con símbolos devueltos;
ni con pena y menos aún con satisfacción.
No, es No, porque No.
Cuando el No es No, se mira a los ojos,
y el No se descuelga naturalmente de los labios.
La voz del No no es trémula, ni vacilante, ni agresiva,
y no deja duda alguna.
Ese No, no es una negación del pasado;
es una corrección del futuro.
Y sólo quien sabe decir No... puede decir Sí.
Hugo Finkelstein
Y hay una sola manera de decirlo. No.
Sin admiración, ni interrogantes, ni puntos suspensivos.
No, se dice de una sola manera.
Es corto, rápido, monocorde, sobrio y escueto. No.
Se dice una sola vez. No.
Con la misma entonación. No.
Como un disco rayado. No.
Un no que necesita explicaciones y justificaciones, no es No.
No, tiene la brevedad de un segundo.
Es un No para el otro, porque ya fue para uno mismo.
No es No aquí, y muy lejos de aquí.
No, no deja las puertas abiertas ni entrampa con esperanzas.
Ni puede dejar de ser No, aunque el otro y el mundo
se pongan patas para arriba.
No, es el último acto de dignidad.
No, es el fin de un libro, sin más capítulos ni segundas partes.
No, no se dice por carta, ni se dice con silencios,
ni en voz baja, ni gritando, ni con la cabeza gacha,
ni mirando hacia otro lado, ni con símbolos devueltos;
ni con pena y menos aún con satisfacción.
No, es No, porque No.
Cuando el No es No, se mira a los ojos,
y el No se descuelga naturalmente de los labios.
La voz del No no es trémula, ni vacilante, ni agresiva,
y no deja duda alguna.
Ese No, no es una negación del pasado;
es una corrección del futuro.
Y sólo quien sabe decir No... puede decir Sí.
Hugo Finkelstein
sábado, 7 de mayo de 2011
Experienciando
"La enfermedad es vivir en la rutina, con valores ajenos, sin haber estado nunca en contacto con la vida que fluye dentro de cada uno, sin haber sentido la complejidad de las propias experiencias, de donde surgen las alternativas." (1973)
Eugene T. Gendlin
Eugene T. Gendlin
domingo, 1 de mayo de 2011
La música: tratamiento para mejorar la salud
Siempre que se escucha música se libera una sustancia química en el cerebro, la dopamina, responsable de proporcionar una sensación bienestar
Una reciente investigación renueva la idea de que la música puede se una herramienta muy útil para una gran variedad de tratamientos. Escuchar la que a uno más le gusta produce bienestar, porque el organismo libera más cantidades de un neurotransmisor relacionado con los sistemas de recompensa, la dopamina. De hecho, otros trabajos ya la habían relacionado con una mejor salud cardiovascular, el alivio del dolor crónico y la mejora de las habilidades lingüísticas y cognitivas. La esfera musical, por tanto, sólo aporta beneficios.
La dopamina actúa a través de muchas funciones: influye en el comportamiento y la cognición, la actividad motora, la motivación y la recompensa, la regulación de la producción de leche, el sueño, la atención y el aprendizaje (sus niveles aumentan en respuesta a estímulos o actividades de recompensa como la comida, las relaciones sexuales u obtener dinero). Y, ahora, tras los resultados de la investigación canadiense, también está relacionada con el humor y el bienestar.
Ventajas para la salud
Este trabajo da garantías a otros hallazgos pasados, entre los que está uno realizado en la Universidad de Maryland (EE.UU.) que afirma que escuchar la música que más alegra favorece una buena salud cardiovascular: cuando los voluntarios de este estudio escuchaban la que les complacía, sus venas y arterias se dilataban un 26%, lo que en términos médicos se considera una respuesta muy saludable. Si bien los expertos insisten que no puede considerarse como tratamiento para enfermedades de este tipo, sí que indican que puede constituir otra estrategia preventiva fácilmente incorporable en las costumbres cotidianas.
Los mismos investigadores explicaban en otro estudio parecido que escuchar 30 minutos diarios no solo sirve como relajante mental, sino que tiene otros beneficios que se extienden al resto del organismo. La clave no está tanto en el tipo de música, sino en el volumen, el ritmo y en el hecho de que sea la preferida del oyente. Aunque los efectos en la corriente sanguínea duran unos segundos, la acumulación de beneficios perdura y son muy positivos en todas las edades.
Como terapia
Pero la música no sólo interviene en el bienestar del organismo. También desarrolla la capacidad de atención y favorece la imaginación y la capacidad creadora, estimula la habilidad de concentración y la memoria a corto y largo plazo, y desarrolla el sentido del orden y el análisis, facilita el aprendizaje y ejercita la inteligencia.
Las mismas áreas del cerebro implicadas en la percepción musical intervienen también en el lenguaje y en tareas de lectura. De la misma manera, la instrucción musical, según los científicos, induce una mayor sensibilidad a las emociones.
La música como terapia se utiliza en el tratamiento de dolencias como la hipertensión arterial, estados de ansiedad, depresión y estrés, y alteraciones del sueño. También se emplea en la rehabilitación de trastornos psicóticos, autismo y de adolescentes con trastornos del comportamiento. Como su escucha interviene en la producción o inhibición de neurotransmisores en el organismo, a través de ella, se intenta provocar reacciones químicas que mejoren, aceleren o favorezcan el aprendizaje.
Desde el nacimiento
Educar en la música desde la niñez es importante para que los más pequeños puedan sacar provecho de todos sus beneficios fisiológicos y psicológicos. No solo desarrollarán su sensibilidad estética, sino también su emotividad. Lo cierto es que hay una relación directa entre lo que uno escucha y cómo piensa o actúa. También es importante cómo se escucha la música, es decir, un volumen más o menos alto, el ritmo o la velocidad, las intensidades, la cantidad de tiempo, el contenido de las letras de las canciones o el tipo de baile asociado a cada canción.
Todos estos elementos constituyen diversas formas y hábitos sociales que influirán en la manera de ser del niño e, incluso, en su manera de vestir. No obstante, es recomendable hacer un buen uso de todos los elementos. Respecto al volumen, por ejemplo, cuando es demasiado alto puede provocar falta de concentración, alteración el sistema nervioso y alteración de la salud del oído.
Según un método oficial estadounidense, el método Tomatis, la educación musical y del oído puede iniciarse en el útero materno. Alfred Tomatis era un otorrinolaringólogo francés que reveló a mediados del siglo pasado que el embrión codifica las vibraciones. Este descubrimiento fue el inicio la audiopsicofonología. Según esta teoría, es aconsejable que las embarazadas canten (aunque desafinen), porque la voz, vía columna vertebral y filtración por parte del líquido amniótico, llega al embrión. Éste escucha y percibe el sonido a través de un "preoído" que se desarrolla a partir de las tres semanas de gestación.
La música, por tanto, puede activar la escucha ya en el embrión, fundamental para todas las etapas de la vida, según Tomatis. Tan importante es la escucha que si no funciona el sentido del oído se pueden producir graves problemas de aprendizaje y del habla. En resumen, bienestar y salud desde, incluso, antes del nacimiento.
Fuente: NÚRIA LLAVINA RUBIO
http://www.consumer.es/web/es/salud/psicologia/2011/01/24/198449.php
Una reciente investigación renueva la idea de que la música puede se una herramienta muy útil para una gran variedad de tratamientos. Escuchar la que a uno más le gusta produce bienestar, porque el organismo libera más cantidades de un neurotransmisor relacionado con los sistemas de recompensa, la dopamina. De hecho, otros trabajos ya la habían relacionado con una mejor salud cardiovascular, el alivio del dolor crónico y la mejora de las habilidades lingüísticas y cognitivas. La esfera musical, por tanto, sólo aporta beneficios.
La dopamina actúa a través de muchas funciones: influye en el comportamiento y la cognición, la actividad motora, la motivación y la recompensa, la regulación de la producción de leche, el sueño, la atención y el aprendizaje (sus niveles aumentan en respuesta a estímulos o actividades de recompensa como la comida, las relaciones sexuales u obtener dinero). Y, ahora, tras los resultados de la investigación canadiense, también está relacionada con el humor y el bienestar.
Ventajas para la salud
Este trabajo da garantías a otros hallazgos pasados, entre los que está uno realizado en la Universidad de Maryland (EE.UU.) que afirma que escuchar la música que más alegra favorece una buena salud cardiovascular: cuando los voluntarios de este estudio escuchaban la que les complacía, sus venas y arterias se dilataban un 26%, lo que en términos médicos se considera una respuesta muy saludable. Si bien los expertos insisten que no puede considerarse como tratamiento para enfermedades de este tipo, sí que indican que puede constituir otra estrategia preventiva fácilmente incorporable en las costumbres cotidianas.
Los mismos investigadores explicaban en otro estudio parecido que escuchar 30 minutos diarios no solo sirve como relajante mental, sino que tiene otros beneficios que se extienden al resto del organismo. La clave no está tanto en el tipo de música, sino en el volumen, el ritmo y en el hecho de que sea la preferida del oyente. Aunque los efectos en la corriente sanguínea duran unos segundos, la acumulación de beneficios perdura y son muy positivos en todas las edades.
Como terapia
Pero la música no sólo interviene en el bienestar del organismo. También desarrolla la capacidad de atención y favorece la imaginación y la capacidad creadora, estimula la habilidad de concentración y la memoria a corto y largo plazo, y desarrolla el sentido del orden y el análisis, facilita el aprendizaje y ejercita la inteligencia.
Las mismas áreas del cerebro implicadas en la percepción musical intervienen también en el lenguaje y en tareas de lectura. De la misma manera, la instrucción musical, según los científicos, induce una mayor sensibilidad a las emociones.
La música como terapia se utiliza en el tratamiento de dolencias como la hipertensión arterial, estados de ansiedad, depresión y estrés, y alteraciones del sueño. También se emplea en la rehabilitación de trastornos psicóticos, autismo y de adolescentes con trastornos del comportamiento. Como su escucha interviene en la producción o inhibición de neurotransmisores en el organismo, a través de ella, se intenta provocar reacciones químicas que mejoren, aceleren o favorezcan el aprendizaje.
Desde el nacimiento
Educar en la música desde la niñez es importante para que los más pequeños puedan sacar provecho de todos sus beneficios fisiológicos y psicológicos. No solo desarrollarán su sensibilidad estética, sino también su emotividad. Lo cierto es que hay una relación directa entre lo que uno escucha y cómo piensa o actúa. También es importante cómo se escucha la música, es decir, un volumen más o menos alto, el ritmo o la velocidad, las intensidades, la cantidad de tiempo, el contenido de las letras de las canciones o el tipo de baile asociado a cada canción.
Todos estos elementos constituyen diversas formas y hábitos sociales que influirán en la manera de ser del niño e, incluso, en su manera de vestir. No obstante, es recomendable hacer un buen uso de todos los elementos. Respecto al volumen, por ejemplo, cuando es demasiado alto puede provocar falta de concentración, alteración el sistema nervioso y alteración de la salud del oído.
Según un método oficial estadounidense, el método Tomatis, la educación musical y del oído puede iniciarse en el útero materno. Alfred Tomatis era un otorrinolaringólogo francés que reveló a mediados del siglo pasado que el embrión codifica las vibraciones. Este descubrimiento fue el inicio la audiopsicofonología. Según esta teoría, es aconsejable que las embarazadas canten (aunque desafinen), porque la voz, vía columna vertebral y filtración por parte del líquido amniótico, llega al embrión. Éste escucha y percibe el sonido a través de un "preoído" que se desarrolla a partir de las tres semanas de gestación.
La música, por tanto, puede activar la escucha ya en el embrión, fundamental para todas las etapas de la vida, según Tomatis. Tan importante es la escucha que si no funciona el sentido del oído se pueden producir graves problemas de aprendizaje y del habla. En resumen, bienestar y salud desde, incluso, antes del nacimiento.
Fuente: NÚRIA LLAVINA RUBIO
http://www.consumer.es/web/es/salud/psicologia/2011/01/24/198449.php
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